Estos días hemos visto crecer en el escenario público internacional el agravio social y humano por los abusos sexuales a menores y a mujeres perpetrados por sacerdotes de la Iglesia católica o integrantes laicos de las órdenes y organizaciones religiosas, poniendo al descubierto que no son hechos aislados ni solamente individuales, sino que responden también a responsabilidades institucionales y estructurales.
El problema sigue ganando presencia en los medios, con más y más denuncias en diversos países del mundo. En los últimos meses, se han hecho públicos clamorosos escándalos en Alemania, Holanda, Irlanda, Brasil, México… e Italia. La reacciones de la jerarquía eclesiástica han sido, por un lado la de minimizar el problema diciendo que ese tipo de casos son escasos, y por otro la de auto-victimizarse diciendo que las denuncias atienden a intereses de orden político, evadiendo así asumir su responsabilidad, por acción u omisión, en los delitos de pederastia en la Iglesia católica.
El problema sigue ganando presencia en los medios, con más y más denuncias en diversos países del mundo. En los últimos meses, se han hecho públicos clamorosos escándalos en Alemania, Holanda, Irlanda, Brasil, México… e Italia. La reacciones de la jerarquía eclesiástica han sido, por un lado la de minimizar el problema diciendo que ese tipo de casos son escasos, y por otro la de auto-victimizarse diciendo que las denuncias atienden a intereses de orden político, evadiendo así asumir su responsabilidad, por acción u omisión, en los delitos de pederastia en la Iglesia católica.
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